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Días sin tiempo



En este periodo de confinamiento vivimos en poco espacio y sin que nos domine el tiempo. Hemos dejado el reloj fuera de juego. Ya suena poco el despertador porque ahora me despierta el sol con sus rayos que se cuelan por la persiana al amanecer. Es la hora de levantarse y empezar a vivir sin el agobio de ese tiempo que siempre está sobre mi. Horarios y fechas en el calendario quedan rezagados. Todos estamos más relajados aunque seguimos mirando las horas que parece que se quedan solas. Ya no importan los minutos que faltan o pasan de esa hora, ese número que tanto nos condiciona. Estos extraños días que se cuentan sin saber hasta qué número es, porque no es como un mes, no está en el almanaque, no tenemos idea de cuánto va a ser. De poco sirve preguntar qué hora es pues ahora todo puede a cualquier hora suceder, igual que ha sido siempre, aunque es algo que con dificultad se ve en el día a día típico: el de agendas y mil cosas que hacer.


Ahora es momento de aprender a no depender tanto del tiempo, de las horas con sus minutos y segundos que con obsesión controla nuestro funcionamiento. Hora de dormir, comer, andar, hacer tal y cual. Y aunque no tengo sueño, ni hambre, ni ganas de hacer nada; me acuesto, como, ando y hago lo que haya que hacer, con el tiempo siempre ahí, controlando mi sinvivir.


Necesario para poder funcionar a nivel laboral y en múltiples actividades, tareas y funciones que precisan organizarse para fluir y armonizarse. Aparte de esa necesidad incuestionable, podemos dar de lado al tiempo medido y controlado, podemos ampliar ratos sin tiempo y relativizar nuestras experiencias y vivencias midiéndolas por intensidad, profundidad y felicidad, quedando así grabadas en el alma que es intemporal.



 

Foto Instagram @silvia.glu

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