Una vez descubierto y analizado tu miedo, el siguiente paso es el afrontamiento: reconocer su existencia y enfrentarnos cara a cara con él, algo que generalmente se evita porque nos hace sentir mal, nos hace sufrir.
El miedo permanece y se va fortaleciendo si lo dejamos; ocultarlo, ignorarlo, tratar de no pensar en él no es la solución porque no desaparece, no se desvanece.
Cuando tu miedo aparezca, cuando te encuentres con él o cuando vayas a su encuentro y empieces a sentir esa emoción, párate unos instantes y haz varias respiraciones profundas por la nariz exhalando el aire muy despacio por la boca. Continúa así unos minutos, sin huir ni esconderte, presente, centrado en tu respiración nada más y sintiendo el miedo, la angustia que te produce, el agobio. Quizá estés temblando. Sigue respirando hondo y despacio, parado, sin hacer otra cosa más que respirar y sentir.
Continúa así hasta que te vayas serenando, hasta que el miedo se vaya disolviendo, hasta que tu angustia se vaya aliviando.
Pon tus manos una sobre la otra en tu pecho y siente su presión y su calor, como si fuera un abrazo que te das a ti mismo.
Cuando te sientas mejor habrás terminado este proceso. Continúa con tu actividad, tu tarea, tus quehaceres sin pensar en el miedo. Quizá sean necesarias varias secciones de afrontamiento, lo sabrás si vuelves a sentir tu miedo intenso. Repite esta secuencia las veces que sean precisas hasta superarlo.
Puedes hacerlo solo o acompañado de alguna persona de tu confianza a la que hayas explicado lo que vas a hacer.
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