Casi todo el mundo a lo largo de la vida, a veces desde la infancia, va asumiendo responsabilidades, funciones y obligaciones que no le corresponden, que les imponen la familia o la sociedad. La cultura, las creencias, las costumbres, el sentido del deber condicionan, atan y esclavizan sin darse cuenta uno de que es víctima de muchos condicionantes y circunstancias que nunca se ha replanteado teniendo en cuenta los deseos del alma, los anhelos personales, el proyecto de vida, lo que nos pide el corazón.
Párate y pregúntate qué te impide ser feliz, ser libre, tener paz. Y si la respuesta empieza por: “Es que tengo que…”, “Es que no puedo…”, “Es que me siento mal si…”, toma nota y permítete escuchar a tu voz interior, no la acalles, déjala hablar, ella sabe la verdad de tu realidad, escucha su susurro, su grito, su queja y haz caso a lo que te inspire, te impulse, te insista porque sólo así podrás tomar conciencia de todo lo que te ata, de tus amarras y podrás ver cuántas ataduras se pueden soltar sin dañar ni perjudicar, sin sentimiento de culpabilidad, sin dolor.
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