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Las creencias religiosas


Desde muy pequeños los padres y otros familiares cercanos nos transmiten una serie de creencias en seres espirituales que condicionan y marcan la vida para siempre.

De niño uno cree todo lo que le dicen sus seres queridos porque son sus dioses, sus héroes, sus protectores, son los poseedores de la verdad absoluta. Y durante la infancia vamos incorporando a nuestra vida rituales, oraciones, celebraciones, ofrendas y peregrinaciones. Crecemos con esas creencias que en parte dan sentido a la vida. Y ya de mayores comienzan los cuestionamientos, las reflexiones, las críticas, la búsqueda de argumentos, la investigación personal, las vivencias y las experiencias espirituales que nos llevan por diferentes caminos.

Hay quien elige el camino de la indiferencia, quien decide dejar de lado todo ese bagaje de la infancia, la mayoría de las veces influenciadas por una mentalidad científica y pragmática que no admite creencias sin fundamento, sin lógica, sin demostración, son personas que generalizan un tipo de conocimiento, el basado en la investigación y experimentación a todas las facetas de la vida humana sin cuestionarse que pueden estar equivocadas.

Hay quien elige el camino del rechazo, pasando a menospreciar, detestar e incluso no respetar a los creyentes. Estos tampoco se cuestionan su postura pues se creen en posesión de la verdad absoluta.

Y están los que eligen el camino espiritual porque comprueban en su vida diaria y en cualquier situación que el mundo espiritual es real, invisible, intangible, pero real, y abren su mente a otras posibilidades, a otras explicaciones, a otras visiones, no sólo lo que la lógica y la razón nos aporta; y siguen su andadura por un camino que al principio suele ser difícil porque no siempre encuentran las señales que le orienten, ni las pruebas que le confirmen, ni el apoyo que le sustente y suelen caminar solos.

El buscador espiritual va en solitario la primera parte del camino, pero conforme da pasos va encontrando personas afines con quien compartir sus inquietudes, con quien pasear por el mismo camino, personas que te dan la mano, que te ayudan a saltar los baches y charcos, que al llegar a un cruce de caminos te orientan, y es entonces cuando esas creencias de la infancia más valiosas se hacen, son la herencia, el tesoro que dejó la familia, la semilla que sembraron, que regamos y que un día crece y florece sorprendiendo con sus flores olorosas, coloridas y hermosas.

 

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