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La Semana Santa


La semana que coincide con la primera luna llena de primavera es lo que en los países cristianos se llama Semana Santa. Es la semana de la religión de los que creen en Jesucristo, un ser excepcional que vivió hace dos mil años en una época oscura de la Tierra en la que la ignorancia, el egoísmo, la pobreza, las luchas por el poder y la injusticia reinaban en el planeta.

Jesucristo fue un revolucionario, tenía ideas nuevas y sabias

que calaban en quienes lo conocían,

que hicieron despertar la conciencia de multitudes,

que removieron las creencias,

que llegaron a los corazones,

que replantearon los valores,

que aportaron conocimientos que veinte siglos después empiezan a demostrarse.

Jesucristo fue un maestro con modernas enseñanzas que siguen vigentes y que van mucho más allá de lo simplemente académico y formal, son enseñanzas de la vida.

Jesucristo fue un sanador, sabía cómo curar el cuerpo y la mente con su energía divina, canalizando la energía de Dios.

Jesucristo fue un mago, hizo milagros que aún siguen sin explicación, los hacía como demostración del poder del amor, porque esa fue su herramienta, su arma en su labor de transformar la oscuridad en claridad,

la maldad en bondad,

la avaricia en generosidad,

la enfermedad en salud,

la injusticia en justicia,

la enemistad en amistad,

la tristeza en alegría,

la desesperanza en esperanza,

el miedo en valor,

el odio en amor.

Ese fue su legado, el mensaje que dejó:

Todo es posible si hay amor.

El amor es luz.

Todos tenemos amor en nuestro interior.

El amor es lo más importante de la vida.

Dios es amor.

Todos los seres vivos son creaciones de Dios, del amor infinito y eterno que hace que el Universo exista.

Dos mil años después, durante una semana de la primavera se sigue conmemorando, representando, recordando la vida de un ser humano excepcional que vivió para llevar a cabo una misión que cambiaría para siempre los valores humanos.

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